Bajo un andar cabizbajo y pensativo
entre nuestro vasto arenisco
y el campo de estrellas.
Susurrando al capote
que somos nos y el silencio,
que nos aguarda el horizonte...
Aprisionado entre las riendas,
y el vil sueño que me elude,
contemplo mi vida, esos amores,
se reflejan en el albor...
Se sacuden.
Guiado al son de los cascos,
el tintinar del hierro,
el fin de un solo cantar.
Recordar cada tris desesperante,
cada aquel del cual he de suspirar.
Emergen sombras de mis memorias
que me acompañan al caminar,
jugando actos dantescos
que infligen en mi sentir,
me nublan el juicio.
La gracia me ha de esperar.
Me acaricia quizá por última vez la brisa,
consolándome ante mi partida.
El mar que con el sol me viera,
cabalgar desde mis primeros días,
romper lanzas, luchar por fe
en tristeza, y en juvenil alegría.
Volteando el rostro sereno
hacia la malva perpetuidad,
cruzaría una saeta
como un preludio voraz,
un cometa,
es la espada del amanecer.
Un galopar al destino.
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