Un picor agobiante la inexistencia dejaba,
un ardor incesante,
una incomodidad no deseada.
Montones de agonía tras mis extensiones apartadas,
en el recuerdo un sollozo inquebrantable
al son de cada perforación irremediable
mi mente desviante que moría.
Lobreguez pesada y oxidante.
Cosquilleos irregulares,
los de mi compañía inevitable,
los de mis sabrosos amigos,
cálida y dulce.
Al tacto paredón y hollín
incluso en fierros fríos.
Resplandeciente visitante-
¡Qué dolor el que me traía!,
¡Qué dolor el que me traía!,
y más inútil me dejaba,
mi liso curtido que ver partía.
¡Yo soy mas nada que fétido usted lo sabe!
¡Sólo suyo, le pertenezco!
¡Nací quién sabe en la salobridad,
forraba antes terciopelo...
¡No! ¡Era un acto que emprendía!
¡Qué dolor! ¡Siempre fui suyo, lo merezco!
Nací vejado, esa mi naturaleza era,
para mí no pasaba el tiempo,
sólo cansancio conocía,
mis lapsos de suplicio, mi verdura.
No hubo en mí nunca ni gracia ni ternura.
Sólo aquí marchitez y la guedeja nívea,
con belleza hostil la mía que perdura,
un sufrir.
¡Hasta llegar el sonar, otra vez!,
acelerando mis latidos.
Pasos agigantándose
y mi agonizante ansiedad delirante,
el pánico desatado que ante la esquina
fetal me engullía...
Infringiendo mis barrotes el brillor
que me cegaba.
¡Pero yo no me he portado mal!
Ya que un poco de cuero hoy me recogía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario